viernes, 7 de febrero de 2014

Recordando a Ernesto Sabato


Hoy, siete de febrero de 2014, hace exactamente dos años, nueve meses y siete días que falleció el escritor Ernesto Sabato. Ya sé que no es una efeméride a remarcar, ni una fecha señalada, pero hoy he recordado con especial cariño a uno de mis escritores predilectos, por no decir mi favorito. Así que me apetecía recordar el artículo que escribí para el ya extinto diario El Pueblo de Albacete, en el que yo trabaja en aquella época, con motivo de su muerte. Siempre he recordado este artículo con especial cariño, así que me apetecía compartirlo:


A continuación trasncribo el texto:

Con Ernesto Sabato se muere el último genio de la razón

El artista argentino falleció el pasado 1 de mayo en su residencia. Con una avanzada ceguera y retirado de la vida pública, nos legó sus más caóticos, dolorosos y reveladores pensamientos en sus escritos y pinturas

 

Y lo primero que leí fue: “...en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”. Esta es la conclusión con que Ernesto Sabato (pronunciado Sábato, pero escrito invariablemente sin tilde por él mismo) te da la bienvenida a su primera novela, El túnel. El primer capítulo comienza: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne” por lo que en apenas cuatro líneas sabes el desenlace y la conclusión de la novela, ¿qué te queda por saber una vez leído esto? Todo.
El universo literario de Ernesto Sabato no se estructura entorno a misterios, ni alrededor de juegos del lenguaje. La literatura de Sabato es la lucha constante y dolorosa para expresar con palabras la racionalidad extrema con que trabajaba su mente. En cambio, aseguraba que las cosas importantes de la vida: el amor, el odio, la mayoría de las sensacionesy sentimientos que dan sentido a nuestra existencia, no se podían racionalizar.
Esto es algo típico de Sabato, ser un racionalista pleno y convencido que a su vez cree que las cosas que marcan la vida son las que no se pueden racionalizar.
Ernesto Sabato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, un 24 de junio de 1911, apenas unos días después de la muerte de su hermano Ernestito, dos años mayor, y del que heredó el nombre. Hijo de inmigrantes italianos, Francesco y Giovanna impregnaron de su origen calabrés a sus once hijos, de los que Ernesto era el décimo.
Durante sus estudios secundarios, realizados en el Colegio Nacional de La Plata, conoció a quién posteriormente citaría como la inspiración de su vida literaria, el profesor y escritor dominicano, fundamental en la época dorada de la literatura hispanoamericana, Pedro Henríquez Ureña.
Desde sus años de juventud se acercó a diversos movimientos obreros, socialistas o comunistas, con los que antes o después marcó la distancia que le exigía su propia conciencia. La vida de Sabato se rigió por la ilusión que puso en muchas cosas y el desengaño que obtuvo de la mayoría, solo el arte, tanto la escritura como la pintura, le permitió sobrevivir a su psicológicamente calamitosa vida.
Sus estudios superiores se orientaron a la Física, en 1938 obtuvo el Doctorado en esta disciplina por la Universidad Nacional de La Plata y recibió una beca para trabajar en el Laboratorio Curie en París. Durante esos años, su existencia se debatió entre las probetas de mañana y los sueños surrealistas de la noche parisina. Se estaba gestando la crisis existencial que en 1943 le llevó a alejarse definitivamente de la ciencia y encarar de frente la batalla de la escritura.
Ernesto Sabato fue un gran novelista, pero sobre todo un inmenso ensayista. No fue prolífico, ni de formas estilísticas novedosas, fue un gran novelista de la razón, de la psicología de las personas. En cada uno de sus escritos escudriñó la condición humana, sus acciones, su por qué, sus consecuencias y sus motivaciones. Todo es sometido al razonamiento humano para concluir en la inefectividad de este proceso en las emociones de las personas. Como un cascarrabias de amabilidad extrema, su escritura es un viaje tortuoso que finaliza en una decepción, pero que merece la pena hacer. La ficción novelesca de Sabato no es más que la transcripción ordenada de sus pensamientos, su proceso mayéutico te guía desde la incredulidad hasta la evidencia que él quería poner de manifiesto desde el inicio.
En su juventud conoció a Matilde Kusminsky Richter, con la que se casó en 1936, y a la que describió como la figura fundamental para que publicara sus escritos. Y es que la autodestrucción es una característica intrínseca a Sabato, la autodestrucción psicológica daba paso a la destrucción física de sus escritos y pinturas, de cualquier creación. Ernesto Sabato era un creador autodestructivo que abusaba del conocimiento, de la intuición y del interés por lo desconocido, hasta límites dolorosos.
Otro punto de interés de sus novelas es el humor; en medio del movimiento existencialista latinoamericano más crudo, las gotas de humor negro, macabro, casi metafísico, te trasladan a la naturalidad con que se describen las escenas más espantosas. La crudeza de las palabras simples expresando situaciones y pensamientos complejos, los duros interrogatorios a que somete Juan Pablo Castel a María Iribarne, la vejación psicológica a que el propio autor se ha sometido para escribir esas líneas, ese es el mérito de Sabato, esa es su fi rma, su seña de identidad.
Ernesto siempre se refugió en la pintura, el desahogo surrealista del óleo heredado de sus noches en los cafés parisinos le evitó el suicidio en, al menos, dos veces reconocidas. Un primero de mayo, Día del trabajador al que tanto defendió Sabato, y a la edad de 99 años, la muerte llegó a los ojos ya ciegos de un luchador por las libertades y los derechos humanos, siempre será recordado el mítico Informe Sabato sobre las víctimas de la dictadura militar argentina. Un sufridor de la razón, un traductor en palabra hispanoamericana de la condición humana.
Parece que se está cerrando el ciclo de oro de las letras hispanas del otro lado del Atlántico, la revolución que comenzara con un ensayo, Nuestra América, de Miguel Ángel Asturias, casi toca a su fin con un ensayista, un estudioso de la humanidad, un grande, Ernesto Sabato.

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